Rahm el Rebelde

Durante unos minutos, durante tres hoyos concretos del pasado PGA Championship 2025, algo cambió.
No en la clasificación. No en las estadísticas.
Cambió algo más importante: la posibilidad.

Jon Rahm salió a la última jornada desde atrás, a cinco golpes de un Scottie Scheffler en modo apisonadora. A priori, una tarea imposible. Pero el deporte no entiende de previsiones. El deporte es, por encima de todo, emoción bien gestionada.
Y Rahm lo sabe.

En el tramo medio de la ronda, el jugador de Barrika encadenó birdies quirúrgicos mientras Scheffler —sí, incluso él— comenzaba a mostrar fisuras. No errores groseros, pero sí pequeños destellos de humanidad. Lo justo para que los que estábamos viendo desde casa, desde el móvil o desde el propio Quail Hollow, empezáramos a soñar.

Y no era una ilusión cualquiera.
Era la ilusión del que cree, incluso cuando la lógica ya no está de su lado.
La ilusión del competidor puro.

En ese momento, Rahm no pensaba en quedar segundo. No evaluaba opciones. No se resguardaba en “un buen resultado”. Su única posibilidad era la victoria. Y actuó en consecuencia. Hierros agresivos, juego corto preciso, y sobre todo, su mirada de killer de los Domingos. Esa mirada que no necesita ni de palabras ni de gestos para entender que está con el cuchillo entre los dientes.
Porque para competir al más alto nivel no basta con tener talento.
Hay que saber entender y gestionar las emociones.

Mientras tanto, Scheffler hizo lo que lleva haciendo más de un año: jugar con la indiferencia del que no necesita llamar la atención para dominar. Su golf es quirúrgico, predecible, sí… pero brutalmente eficaz. Cuando parece que va a flaquear, se rearma. Cuando sientes que va a ceder, responde con un birdie sin gestos ni celebraciones. Es un robot que sonríe. Un Excel que emboca putts.

Pero este blog no va sobre Scheffler.

Va sobre lo que significa creer cuando nadie más lo hace.
Va sobre la gestión mental de quien no sabe competir a medias.
Y sí, también va sobre ese momento —ese par de hoyos— en los que Rahm nos hizo vibrar.

No importa que no ganara.
Importa que no supo ni quiso conformarse.
Importa que lo dio todo sin garantía de éxito.
Y eso, en un mundo donde a menudo se premia la estrategia conservadora, es un acto de rebeldía.

Los espectadores lo sabemos: hay domingos en los que la moneda sale cara. Esta vez no fue así. Pero si algo dejó claro Jon Rahm en este PGA Championship 2025, es que no vino a jugar por el podio.
Él vino a ganar.

Y eso, en sí mismo, ya es una victoria.

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